Construir ya no es una práctica retórica de pieles sobre osamentas descriptivas de un discurso conceptual social e históricamente irrelevantes, sino una acción comprometida con los sistemas de intervención en el medio inherente a la cultura de cada entorno entendida esta cultura como un sistema complejo de equilibrios energéticos, físicos, históricos, fenomenológicos, sociales, económicos, informativos, etc.
La arquitectura es más que nunca un problema de construcción del espacio y no un problema de representación del espacio.
La construcción es así consustancial al proyecto arquitectónico y no el ropaje de la ceremonia que consagra el espacio. Siendo así la construcción no es un viaje unidireccional que se justifica en una celebración mediática de “botadura” de la nave, sino toda una ética y estética continua que se inicia en la obtención de los recursos en la manufacturación y su puesta en obra rigurosa, en la belleza de los estados intermedios, de los que su puesta en uso es uno más (probablemente el de menor importancia) su posterior explotación, (larga explotación o efímera explotación) y reciclaje prematuro o no de lo construido y usado.
Los antropólogos contemporáneos nos plantean el debate cultural relevante de la producción actual y lo hacen ejemplarizando la dialéctica entre símbolo y objeto, Símbolos son los productos que se ofrecen al ciudadano, entendido como consumidor, objetos, los ofrecidos a los ciudadanos entendidos como usuarios. Nos dicen, y simplifico, que el símbolo es un producto intermedio cargado de caducidad ante el que poco o nada podemos hacer más allá de la pasiva contemplación o utilización según manuales o rituales convencionales. El objeto sin embargo, tiene vocación de uso hasta el desgaste, su valor de uso frente al de cambio es altísimo y carece de valores añadidos por la economía de mercado, por lo que su caducidad es nula.
Referidos estos criterios a la arquitectura contemporánea, nos introduciría en un debate entre lo objetual y lo simbólico que afecta directamente a los institucional, lo participativo, lo inmediato, lo mediato, lo público, lo privado, etc., etc.
El período que atravesamos es todavía un proceso terapéutico de medidas paliativas cuyos resultados, por fragmentarios, incoherentes y urgidos por los acontecimientos, tienen poca validez para la revisión a fondo de los referentes disciplinares, sociológicos, ecológicos y culturales.
En lo sociológico, porque no se trata de construir reiterados parques temáticos para una sociedad cada vez más participativa, sino incrementar realmente la accesibilidad perceptiva y participativa del ciudadano en el espacio público.
En lo ecológico porque no se trata sólo (lo que es ahora inevitable y urgente) de adecuar medioambientalmente el espacio urbano y arquitectónico, sino profundizar en las prescripciones energéticas y medioambientales a corto, medio y largo plazo con la transversalidad disciplinar y política que ello conlleva.
En lo cultural porque la extensión del entorno desde lo natural y lo urbano al entorno NET supone una entrada de agentes energéticos y tecnológicos en tal magnitud cualitativa y cuantitativa, que construye nuevas culturas, nuevos lenguajes y códigos, y nuevas relaciones entre humanos y no humanos, con el fascinante por inmenso y posibilista, territorio creativo que va mucho más allá de los centros de realidad virtual, video juegos y ambientes lúdicos en wire-less.
Se hace preciso redefinir el propio paradigma productivo con lo que ello conlleva de transformación del propio roll, el propio concepto del objeto, utilidad y durabilidad de su trabajo y la propia posición respecto del trabajo creativo que ha de derivar del modelo romántico centrado en el eje de la ceremonia creativa, a la periferia merodeante del creador moderno hasta la posición difusa e inasible del modelo contemporáneo. La mirada, como he dicho, ya no es macular, y resulta irrelevante el esfuerzo por perfeccionar sobre lo ya perfeccionado ante otra mirada ampliada a lo periférico, compiladora de un contexto emergente, disciplinarmente marginal y efímero como la propia durabilidad de las decisiones sobre espacio y forma.
El debate proyectual es, sobre todo, el referente para la reflexión sobre nuestro tiempo profesional. Los requerimientos ecológicos se muestran como un duro territorio dialéctico entre opciones radicales de tecnologías blandas, a posiciones no menos radicales, que confían en las tecnologías duras o paleotécnicas para construir las técnicas y procedimientos de actuación. Las condiciones del medioambiente son de tal urgencia y gravedad que ambas posiciones (y las intermedias) están obligadas a hacer frente común. Pero día habrá en que los resultados avalen proposiciones diferenciadas sobre las que monitorizar experiencias, evaluar conductas técnicas y resultados para afrontar las controversias que ya hoy subyacen.
La resistencia general a una nueva cultura (civilización diríamos), que debemos “construir” para resolver las graves y urgentes patologías ecológicas de nuestro entorno son la parte fundamental del problema. La resistencia no solo planteada directamente desde las estructuras económicas, privadas o públicas, sino indirectamente desde operadores culturales, sociales, políticos, etc., que ven cuestionadas sus posiciones e intereses, y presentan una posición numantina y de graves consecuencias a la transformación de nuestro entorno social y medioambiental.
Todas las líneas y conductas que hacen ciudades más sostenibles y naturaleza en armonía con ellas, pasan por reivindicar la ecología como una moral, una ideología que lo informa todo: la vida social, la política, el pensamiento, la cultura, etc.
La propia acción sobre el medio debe ser considerada no como opinión indeseable, sino valientemente perdurada como parte de un sistema holístico en el que el progreso de la humanidad (que no necesariamente significa desarrollo) sea el objetivo esencial.