“Pero ya digo, lo que sucede es que Madrid no se quiere a sí misma lo suficiente…”
… quizás por ello, porque no se conoce, no se reconoce y por tanto no se entiende a sí misma.
Quizás solo así son posibles tantas contradicciones en su historia, en su medio natural, en su espacio urbano, en su arquitectura y en su tejido social.
Esta ciudad permisiva, nada dogmática, solidaria y divertida, sin embargo responde a un modelo de crecimiento propio de los regímenes totalitarios regidos por tiranos (Babilonia de Nabucodonosor, o Korsabad de Sargon II). El Palacio real sobre el Viejo Alcázar siempre ha representado la “cabeza” en el polo occidental del crecimiento.
La ciudad madrileña ha tenido un comportamiento siempre contradictorio. Unas veces servil vasalla de la Monarquía y la Iglesia que han utilizado sus calles y plazuelas para escenarios de sus fastos autos de fe, otras veces motinera por un corte de capa o ejemplarmente heroica ante el gabacho o ante los sublevados del 36.
Quizás porque es y ha sido una ciudad artificial, sin tejido productivo (nunca tuvo una artesanía ni una actividad comercial relevante) y sus huertas mudéjares fueron ocupadas por asentamientos religiosos de extramuros o los arrabales de las primeras inmigraciones, quizás por ello, esta ciudad es tan incoherente, compleja y contradictoria.
Ni siquiera tenían sentido militar sus sucesivas murallas, la última de 1.625, solo un único objetivo fiscal ya que sus pobladores habían ascendido a contribuyentes.
La ciudad siempre fue un sistema urbano-social inequívocamente jerarquizado. Los Nobles, la Iglesia y la Monarquía, ocuparon las claves de la estructura urbana y los lugares privilegiados. La Vaguada del Prado, las intersecciones principales de la ciudad y los caminos reales, que enlazaban el Palacio con las residencias de Aranjuez, El Escorial, La Granja, etc., eran los emplazamientos ocupados por la Arquitectura del Poder. Los menos privilegios, relegados a los intersticios entre los barrios principales a los antiguos arrabales del Manzanares, los barrios bajos.
El desinterés de la Monarquía por los problemas urbanos ha sido notorio. Cuando Europa revisa los burgos medievales para modernizarlos con los criterios renacentistas, Madrid es tratada por los Austrias como devota y pasiva espectadora del Altar Escurialense. Las reformas urbanas se limitan a vaciar espacios, como he dicho, para obtener contenedores urbanos o caminos ceremoniales para la actividad Real, y los desarrollos urbanos para ubicar parcelas lúdico – residenciales para el disfrute de la Monarquía.
El Borbón Carlos III, quizás acuciado por serios problemas de salubridad y empleo, urbaniza el viario madrileño empedrando y alcantarillando sus amplias calles. Pero, curiosamente, sus tímidos proyectos urbanos se estrellan aquí con los intocables edificios de la Iglesia. Nos regaló, con sus grandes arquitectos, buenos edificios institucionales y culturales y/o hermosas puertas-arcos sobre los reales caminos. Sus ciudadanos tan tolerantes y pasivos ante el desinterés Real por sus problemas urbanos, le proporcionaron un motín cuando se inmiscuyó en el largo de sus capas.
Contradictoriamente, esta ciudad incoherente y artificial siempre ha tenido una vida muy peculiar y activa; ha sido escena y paisaje de la literatura costumbrista desde Cervantes hasta nuestros días, y esta literatura es la fuente informativa principal del carácter de las relaciones sociales de las clases ignoradas.
Madrid ha sido lugar de ensayos políticos y urbanos. Cobaya de la historia de este país, unas veces con afortunado resultado… otras ni que hablar. Ciudad casi siempre engañada, la desamortización liberal de Mendizábal sirvió a la burguesía económica para especular con arquitectura insalubre con que se alojó a la inmigración manchega que acudía al puesto de trabajo del incipiente desarrollo industrial, mientras las saneadas parcelas del Plan Castro se reservaban para las residencias de aquella burguesía que económica y políticamente desplazó a la Monarquía y la Iglesia.
Sin embargo, Madrid también fue recipendaria de experiencias del socialismo utópico o del filantropismo cristiano de entre siglos, las colonias de hotelitos, ejemplares ensayos de urbanismo para alojamiento popular, los hospitales y residencias, asilos para desvalidos, etc. afortunado lugar de ensoñaciones metropolitanas como las de Arturo Soria o Antonio Palacios, y las más beligerantemente del racionalismo del Viso o la colonia residencial.
¿Cómo es posible que esta ciudad, que está completando alrededor de la Guerra Civil su caserío del XIX y XVIII con la espléndida arquitectura racionalista y Decó, que construye con el mismo talento aventurado su ciudad universitaria y reforesta sus espacios abiertos haciendo de ella una de las capitales más verdes de Europa, consienta en la incultura y desalmando despotismo de sus ediles? ¿Cómo permitió la pérdida de sus bulevares? ¿Cómo vota Madrid todavía a candidatos a la alcaldía que no proponen su reconstrucción? ¿Cómo ha tolerado la pérdida de los Jareños, El Buen Suceso, o el Mercado de Olavide? ¿Cómo permite que se banalice su historia, la de sus ciudadanos con un planeamiento y planeadores bidimiensionales y “ridículamente castizos” que creen que censurar nuestro legado es reproducir como telones saineteros la hoy imposible arquitectura del pasado olvidando los ejemplares racionalistas de la Ley Salmón o las más recientes de post guerra como es la arquitectura de Gutiérrez Soto, de Molezún y Corrales, Sota, Oiza o Bonet y Jaen, todos ellos en el casco haciendo la historia real de esta ciudad? La esperanza que puede suponer la protesta por los chirimbolos o la contestación intelectual a la Plaza de Oriente quedan desdibujadas por la, otra vez, pasividad ante las estupideces como la socialista plaza de Chamberí, el especulativo entorno de la estación de Autobuses, el hortera desaguisado sobre el Banco Coca o las esquinas de Emilio Castelar, la pitufera y adosada periferia rellena de desclasadas manzanas a lo “Marqués de Salamanca” para los nuevos barrios “bajos”. Especulaciones de urbanismo virtual y especulación real como la Operación Chamartín, que comprometerá, después de generar cuantiosos rendimientos funcionarios, el extremo Norte de Madrid los próximos 30 años con un modelo urbano de nula calidad funcional, ambiental y arquitectónica o todo el Planeamiento desarrollado apresuradamente en los últimos años, que agota las reservas de suelo del Municipio.
La falta de entusiasmo o de conocimiento del carácter peculiar de esta ciudad no podrá ser enmascarada por los relieves proyectuales capturados extramuros en las recientes estrategias de desarrollismo de urgencia que con el pretexto de Madrid 2012 comprometerá con un supuesto despotismo ilustrado las operaciones “emblemáticas” del próximo decenio en la estrategia de un cosmopolitismo de última hora que va a poner a prueba con tal “desfile de carrozas” arquitectónicas, la acreditadísima paciencia y tolerancia del madrileño.
Todo ello nos hace temer aún más el futuro marujón o balaustrado o boterano o “fushion” e inculto de esta incomprensible ciudad a la que tan difícil nos resulta adaptarnos cuando volvemos de viaje.